
"Si queremos que los alumnos con discapacidad intelectual puedan integrarse en la sociedad, cuando sean mayores, junto con el resto de adultos, y que en la medida de lo posible aprendan a moverse por su barrio, su ciudad, puedan ir a comprar, hacer su comida, salir de fiesta o relacionarse con sus iguales, no podemos esperar que lo aprendan cuando sean mayores; en la escuela de primaria y en el instituto deben encontrarse en situaciones habituales y contidianas con sus congéneres para aprender a interactuar con ellos, a pedir ayuda si la necesitan o a defender sus intereses si sienten que les molestan. De la misma manera, si queremos que los alumnos sin discapacidad comprendan lo que significa ser un niño con un retraso en el desarrollo y conozcan sus necesidades, es necesario que convivan con alumnos con ésta u otras discapacidades. De esta manera no se sentirán extrañados ni desconcertados cuando se los encuentren en otras situaciones sociales habituales en el futuro.
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Conviviendo en los centros educativos con la diversidad sin exclusiones, se desarrollarán actitudes y valores que favorecen una sociedad plural y diversa, con ciudadanos competentes pero al mismo tiempo colaboradores y respetuosos con las diferencias".
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"Ante cualquier alumno con discapacidad intelectual que tengamos en la clase, es necesario tener interés en conocer su problema y las implicaciones que puede tener en su forma de aprender, en sus dificultades para desarrollar ciertas capacidades. Pero lo más importante es tener curiosidad por conocerlo, ver como aprende, por enseñarle y adecuarnos a sus necesidades. No se debe pretender poner una etiqueta de forma apresurada, poner un nombre a su manera de ser: sordo, disléxico, hiperactivo, lento... como si esa definición fuera suficiente para describir su forma de ser y -por ella misma- nos diera la clave para conocerle y enseñarle.
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El retraso mental no es una cosa que tú tienes, como los ojos azules o un corazón enfermo. No es algo que tú eres, como ser bajo o delgado (...) Retraso mental se refiere a un estado particular del funcionamiento que comienza en la infancia, es multidimensional y está afectado positivamente por los apoyos individualizados (AAMR, 2002, p. 67)
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¿Miramos el síntoma, miramos el handicap o miramos al niño, al joven como persona global, compleja, con capacidades, con dificultades pero imposible de definir con una sola palabra; de la misma manera que no podemos definir a cualquier otra persona con una sola palabra: rubio, alto, delgado...?
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Indudablemente os proponemos que miréis a este alumno o alumna globalmente, como persona compleja, con sus posibilidades, intereses, aficiones, actitudes y dificultades; con una mirada que procuraremos sea lo más abierta posible, sin querer encasillarlo en una imagen concreta, ayudándole a descubrir sus cualidades, dándole confianza en su capacidad de aprender, de mejorar, animándole a tener confianza, con ayuda y acompañamiento para que pueda renunciar si no puede o se siente sobrepasado ante la exigencia o retos escolares. Al igual que con el resto de alumnos, el objetivo es perseguir el autoconocimiento por parte del alumno, identificando capacidades y aceptando limitaciones para ayudarle a ser capaz de enfrentarse a las tareas de aprendizaje que le proponemos en el marco del aula. Todo ello sólo es posible si va acompañado de mensajes y evaluaciones escolares que valoren el proceso y las muestras de mejora, y no únicamente los resultados".
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Bassedas, E. (2010). Alumnado con discapacidad intelectual y retraso en el desarrollo. Ed. Graó, Barcelona
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